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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Capítulo 4: Una promesa entre risas

Cuando logramos calmarnos me levante para ir a darme una ducha. Recuerdo haber sentido la suciedad desprenderse de mi cuerpo al ir cayendo el agua, llevándosela al sumidero junto a un pequeño hilo cobrizo de la sangre que se había apelmazado en mis brazos y cara. Me quedé un buen rato bajo el agua, pensando e intentando comprender la situación, haciendo planes sobre los próximos días y sobre lo que podíamos hacer. Ensimismado, no me di cuenta de que Mara me abrazó desde atrás, bajo la caída constante del agua. Apoyando su mejilla en mi espalda yo me apoyé contra la pared, de frente y con los brazos cruzados sirviendo de almohada para mi cabeza.

Agarré sus manos y aflojé un poco su abrazo para girarme y poder echar el peso sobre mi espalda. La acogí en mi pecho y nos abrazamos, dejando pasar el tiempo e intentando seguir ajenos a todo por un momento. Sonaron algunas explosiones a lo lejos, pero nos parecía que ocurrían en lugares lejanos, en un tormentoso sueño que nos había alcanzado pero al que nos resistíamos. Algunos esporádicos gritos sonaron en lo que parecía ser el interior del edificio, pero igual los ignoramos también al fusionarlos con el sonido de las explosiones, alejándolos de la realidad. En ese preciso momento nos importaba tan sólo ese pequeño descanso, sabiendo que quizás no podríamos tomar muchos más, y eso con suerte. El agua seguía cayendo y deslizándose por nuestros desnudos cuerpos cuando un suspiro escapó de mi garganta.

Acaricio el pelo de Mara y recuerdo que tiene la misma suavidad que cuando se lo acaricié en la ducha. Le dije que no tenía por qué preocuparte, que aunque el mundo se hubiese ido a la mierda al menos estábamos vivos, con ganas de seguir viviendo y luchando. Le susurré que lograríamos encontrar un lugar donde no tuviésemos que preocuparnos y que acabaríamos con cuantos zombis tuviésemos que matar para conseguirlo, que de no dar con ningún lugar nosotros mismos lo crearíamos. La luz del techo parpadeó y me vino a la cabeza que en cualquier momento podíamos quedar a oscura de forma permanente. Mara comenzó a sollozar e hice todo lo posible para calmarla.

No pude evitar que una lágrima escapase por el extremo de mi ojo derecho, pero afortunadamente se perdió al mezclarse con el agua que caía sobre mi cara. Me incliné, dejando la mejilla sobre su cabeza, mientras ella seguía echada en mi pecho y abrazándome. Finalmente correspondí a su abrazo, rodeando su aparentemente frágil cuerpo con mis brazos, juntando más nuestros cuerpos al estar ambos necesitados de apoyo y calor. 

Tras un buen rato bajo el agua caliente, desconectados completamente del exterior, tuve una erección que me hizo sonrojar cuando Mara lo notó y me miró a los ojos. Para mi sorpresa, sonrió y se apretó más contra mí. En un arrebato de dulzura, pasión y deseo comencé a besar y acariciar su cuerpo, siguiendo con mis dedos el recorrido del agua al deslizarse por él. Hicimos el amor en la ducha, con el agua cayendo sobre nosotros y ahogando los sonidos producidos por el roce de nuestros cuerpos y el aire al salir en forma de gemidos de nuestras gargantas. Los besos fueron tan frecuentes que casi ocuparon cada momento y la expresión de amor que capté en la cara de Mara me hizo acabar justo cuando ella. Al acabar volvimos a abrazarnos, pero esta vez sonrientes. Nos quedamos unos minutos más antes de salir de la ducha relajados y tranquilos, en dirección a la cama y de vuelta a la realidad. Necesitábamos reponer energías para el próximo día, que seguramente sería movido y agotador. Ambos íbamos desnudos cuando nos tumbamos uno junto al otro

Mirando al techo y cogidos de la mano, estuvimos hablamos sobre lo extraño del día, lo que habíamos visto y sobre lo que tal vez nos quedaba por ver. Llegaban a nuestros oídos sonidos de explosiones y gritos lejanos, golpes que provenían del propio edificio, algunos de pisos superiores y otros de pisos inferiores. Nos reímos pensando que en vez de estar comiéndonos una hamburguesa en un Mcdonalds nos la pasamos atravesando un par de cabezas y cenando un par de filetes de lomo un poco sosos. Discutí con Mara la preocupación que llevaba rondándome sobre que no teníamos nada mejor para defendernos, a lo que me respondió que era mejor no preocuparse por el momento. El edificio era grande y seguramente encontraríamos algunas cosas que nos ayudasen. En cierto momento el silencio se adueñó de la ciudad y nos resultó muy extraño. Un perro ladró en la distancia y reímos, más por romper ese silencio que por otra cosa. No pudimos dejar de reír ni cuando las mejillas comenzaron a dolernos. Reímos tanto que quedamos tan exhaustos que el agotamiento comenzó a apoderarse de nosotros de golpe.

Levanté el brazo que sujetaba su mano y me quedé mirando fijamente nuestras manos unidas. Mis ojos lagrimearon y fui capaz de decir algunas palabras de corazón que la dejaron helada. Me pidió que las repitiese entre llantos y lo hice sin dudar, repitiendo exactamente y palabra por palabra lo que había dicho anteriormente: "Haré lo que sea para que sobrevivas, no te preocupes por nada". Mara sabía que en el fondo yo estaba aterrorizado, que tenía un miedo atroz a que le ocurriese algo, y que iba a tener que enfrentar ese miedo sin cesar con cada paso que diese desde aquél momento. 

Secando las lágrimas de mi cara y besando la mejilla con una sonrisa, me dijo que no pensaba quedarse atrás. Nos quedamos de nuevo en silencio, los dos pensativos, hasta que nuestros ojos se cerraron y caímos en un apacible pero ligero duermevela. Pasadas un par de horas compartidas en la oscuridad de la habitación, la medianoche sonó en el campanario de una iglesia. Por los rellanos del edificio algunos pasos arrastrados subían y bajaban las escaleras y en alguna parte del piso vecino se comenzó a escuchar un constante golpeteo. Nosotros, esforzándonos tremendamente, dormimos ajenos a todo.


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